Lenguaje de la cámara

«El cine abre infinitas posibilidades de reflexión». Cómo Camila Freitas realizó el documental «Chão».

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«El cine puede ser muy extractivo, todo el sistema de producción puede llevar fácilmente a eso. Siempre es más fácil llegar con una idea ya hecha y extraer de una comunidad lo que uno se imagina que es, reproducir los mismos privilegios de clase de siempre y aún así hacer «hermosas películas»

Camila Freitas.

Camila Freitas, directora de la película Chão.

Durante cuatro años, la directora brasileña Camila freitas grabó las vidas de un grupo de trabajadores sin tierra en el estado brasileño de Goiás. Su multipremiado documental «Châo» elige una unidad temática y se atiene a ella. La modalidad es respetuosa, participativa, observacional, sin entrevistas a cámara, ni textos explicativos ni relato en off. A pesar de registrar las acciones “en vivo y en directo”, «Châo» dista del formato funcional de los seudo-documentales televisivos, prefiriendo el seguimiento en planos largos, que permiten analizar y profundizar en palabras y acciones y en la relación entre ellos. Esos planos son en ocasiones meditativos, como cuando la cámara se limita a posarse sobre el paisaje, dando tiempo y lugar a que el espectador reflexione. Los encuadres son calibrados, sin el descuido formal habitual en los documentales “urgentes”.

Liberado de la dictadura de la voz de un locutor que apresa la imagen en una sola dimension o de la musica a todo volumen para forzar la emoción, su documental promueve al espectador activo, y revela la fuerza, el pensamiento, los sueños y la capacidad de accion de uno de los mayores movimientos sociales del mundo : el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra de Brasil.» Camila nos explica su proceso de realización y habla de la importancia de dar voz a la lucha por la Reforma Agraria a través del arte cinematográfico

¿Cómo se acercó al MST y qué le motivó a hacer una película sobre el proceso de lucha por la tierra?

Crecí en el interior de Goiás, donde la cuestión agraria es algo muy central y está presente en todas las relaciones sociales de mi entorno. Mi admiración por el movimiento surgió muy pronto, cuando era adolescente. Recuerdo haberme acercado al campamento de la Explanada en 1997 y haber tomado fotos desde lejos, sin poder siquiera entrar. Cuando ya estaba en la Universidad de Brasilia, en 2001, yo y otros estudiantes de Cine y Cinematografía parábamos en un nuevo campamento nacional, donde hacíamos amigos. Empezamos a entender el Movimiento de los Sin Tierra (MST) más de cerca y tratamos de hacer una película a partir de esta experiencia. Este fue un momento muy importante en mi educación, quizás un pequeño ensayo de lo que iba a venir.

En este inicio de mi vida audiovisual, estaba también Passarim, el primer cortometraje que realicé en la región donde crecí (Alexânia/ Corumbá – Goiás), sobre una comunidad campesina desmantelada por la presión de un gran terrateniente que, desde los años 80, ha ido adquiriendo todas las tierras de la región amenazando a los habitantes, mediante transferencias ilegales de tierras, tráfico de influencias, etc. Este terrateniente no es otro que Eunício Oliveira, propietario de Santa Mónica, que el MST ocupó en 2014 con más de 3.500 familias. Poco después de la ocupación, el Movimiento se puso en contacto conmigo para proyectar la película en el recién creado campamento Dom Tomás Balduíno, y también para hacer una declaración a Carta Capital*. Fue como un llamado especial para mi, y rápidamente comprendimos que allí había una película que hacer. Poco después, unos amigos cercanos y yo empezamos a investigar y filmar por nuestra cuenta, al mismo tiempo que solicitábamos financiación pública.

¿Qué significa lanzar una película en una muestra internacional, mientras en Brasil se criminaliza la lucha popular?

La búsqueda de apoyo internacional fue algo que diseñamos como estrategia junto con los miembros del Movimiento que participaron en la producción de la película. Afortunadamente, funcionó y estamos muy contentos de poder ocupar estos espacios. Esperamos que estas proyecciones puedan movilizar de alguna manera una mirada desde fuera, lo cual es especialmente interesante en este momento en el que los ánimos están tan caldeados con la presencia de la extrema derecha en el poder, y en el que los espacios de expresión en el ámbito cultural -y obviamente no sólo en ese ámbito- están bajo la amenaza de ser cada vez más restringidos y limitados. También es una oportunidad para recordar al mundo que los terroristas no son los que luchan por el derecho a trabajar en la tierra, bajo la lona negra. Los terroristas son los que siguen reproduciendo este estado de ceguera y exclusión en el que este gobierno pretende sumirnos aún más.

Entre febrero y marzo de 2019, proyectamos Chão ocho veces en dos festivales (Berlinale/Festival de Berlín en Alemania; y en True/False, un festival de documentales en Columbia, Missouri, Estados Unidos), siempre en proyecciones con debate. Me impresionó la calurosa acogida del público, con gente tan diversa que se declaró conmovida y emocionada, muchos sin conocimiento previo de la cuestión agraria en Brasil, otros estableciendo paralelismos con sus realidades, como por ejemplo en relación con la cuestión de las grandes empresas y los pesticidas, muy presentes en ambos países. También fue impresionante ver el número de personas que preguntaron: «¿cómo podemos ayudar desde aquí? Esto me pareció una importante confirmación del poder de estas exposiciones.

En su opinión, ¿cuál es el papel del cine para los movimientos populares?

Creo que el cine abre infinitas posibilidades de reflexión, de creación, de fabricación a partir de la realidad y es también una oportunidad para hacer visibles y proyectar las luchas de los movimientos populares a un público ya comprometido. El arte proporciona conexiones sensibles muy especiales y distintivas con otros medios, con el poder de llegar a públicos muy diversos.

Además, esperamos que películas como las nuestras puedan abrir y posibilitar muchos debates y reflexiones importantes en los campamentos, asentamientos, escuelas, universidades, que puedan contribuir también a la «mística» y a la autoestima de la militancia. Queremos que el Movimiento -y otros movimientos populares- puedan apropiarse y resignificar su uso según sus necesidades.

¿Cuáles son las principales lecciones que, como director del séptimo arte, ha aprendido de este proceso?

Este proceso de aprendizaje nunca termina. Creo que una de las cosas más importantes ha sido comprender, en la práctica, que una película como ésta no se hace sobre, sólo se hace con, junto con el movimiento, en una relación muy estrecha. Y la relación que se establece con las personas que se filman debe ser pensada y repensada todo el tiempo por quienes hacen películas. El cine puede ser muy extractivo, todo el sistema de producción puede llevar fácilmente a eso. Hay poco dinero, las condiciones son difíciles, y siempre es más fácil llegar con una idea ya hecha y extraer de una comunidad lo que uno se imagina que es, reproducir los mismos privilegios de clase de siempre y aún así hacer hermosas películas. Hacer las cosas de forma diferente no es algo dado, algo que se aprende en la universidad, es un ejercicio que se presenta a diario.

No fue inmediato ni sencillo para nosotros entender cómo todo esto podía confluir con la viabilidad de una producción. La vida sigue en paralelo al cine, la lucha no se detiene y nuestro control sobre el proceso se reduce enormemente. Es un reto seguir a una organización tan compleja, que corre tantos riesgos, y tuvimos que adaptarnos a muchos factores, como la coyuntura y las relaciones. También fue un gran reto entregarse al flujo de la lucha, que es a largo plazo y no puede hacerse en un día, un mes o un año. Aprendimos a ejercitar la paciencia y el aliento.

¿Qué elementos de la organización del campamento de Leonir Orback le han llamado más la atención?

La forma en que los acampados consiguen organizarse política, humana y productivamente es algo impresionante en todos los campamentos en los que he estado. Allí en Leonir, la incansable investigación agroecológica, la producción superproductiva -producen muchos alimentos orgánicos y sin recursos, imagínate con recursos- y el poder que tienen de transformar el árido paisaje de la agroindustria se ven realmente increíbles. Y además de todo esto, me encantó ver que los objetivos políticos están siempre atravesados por una red de afectos muy fuerte que se creó allí y que creo que es uno de los mayores combustibles de la lucha. Son encuentros vitales entre personas de orígenes y lugares de habla radicalmente diferentes, es hermoso verlo. Una curiosidad interesante sobre dos de los personajes centrales de la película, P.C. y Maw Maw, es que siempre se confunden con la familia. Mucha gente se refiere a P.C. como el nieto de Maw Maw, ya que se convirtieron en los mejores amigos de la ocupación.

Citando a Mangueira, campeones revolucionarios del carnaval de Río 2019, «es en la lucha donde nos encontramos».

¿Cómo retrata el documental la multidimensionalidad de la Reforma Agraria Popular y la Agroecología?

La idea es que la película lleve al espectador al centro del debate sobre otros modos de existencia en el campo, que impregna la lucha y la vida cotidiana de las ocupaciones del Movimiento de los Sin Tierra. Intentamos examinar este aspecto no sólo siguiendo las discusiones de los militantes, sino también observando la forma en que el Movimiento se reapropia y reinventa el espacio a partir de estas otras prácticas, que van más allá de las técnicas agrícolas y se extienden a la vida en la resistencia cotidiana. Creo que el cine documental se ha propuesto acercarse a las luchas y realidades sociales adversas en muchos momentos de la historia, pero esta tarea se ha convertido cada vez menos en una tarea de «retratar», de «representar» a los pueblos oprimidos en la pantalla, sino de crear alianzas y trabajar juntos. Y lo que está ocurriendo más recientemente y que es muy valioso es el gesto de apropiación del cine por parte de los movimientos populares, una «ocupación del latifundio de la pantalla», como se oye decir.

En el caso de Chão, a pesar de que somos un equipo de aliados mayoritariamente externos, la película se construyó en estrecha colaboración con el movimiento, desde la investigación hasta el montaje, y desde 2019 también construimos juntos las estrategias de difusión. Como te dije antes, nuestro acercamiento al MST surgió a partir de un interés común por el cine como herramienta de lucha, cuando me invitaron a proyectar un cortometraje que abordaba cuestiones de despojo de tierras en un latifundio de Goiás. Cuatro años más tarde, las asociaciones que surgieron de aquello se convirtieron en este largometraje, en el que personas de diversas partes del movimiento pudieron colaborar, en la propia producción o con un constante diálogo ético, político y estético que se refleja en lo que ha llegado a ser la película. Creo que la película debe su fuerza a esta colaboración.

En la práctica y en el día a día, este «hacer con» sólo podía tomar aliento desde el tiempo, la duración y la convivencia entre todos nosotros, el equipo, los militantes y los acampados. Nuestra presencia constante en el campamento, en las reuniones y en las ocupaciones, exigía que nuestros cuerpos estuvieran disponibles para ocupar juntos y compartir la reinvención diaria de la experiencia en la tierra. Este ejercicio, a largo plazo, agudizó en nosotros el sentido de la observación y la percepción, también sensorial, de los procesos que tienen lugar en la temporalidad propia de la lucha, y que se inscriben en el espacio, en el paisaje que se está modificando. Lo vemos en el campamento en el que viven PC y Vó, que han transformado a lo largo de los años en una especie de refugio regenerador que se destaca de la aridez de la agroindustria que ocupan.

Y para ti, PC, ¿cómo fue la participación en la construcción?

PC: Participar en un documental era un sueño para mí, fue una experiencia apasionante hacer todo esto. Contar la historia de mi vida, la realidad, desde nuestro punto de vista, principalmente con todo el equipo, fue todo muy colectivo. Participar en este documental con casi toda la familia fue gratificante. También requería valor, para no temblar. Al principio, por supuesto, hay un escalofrío en el estómago, pero pude mostrar nuestra casa, acampar y que conquisté. Y la película muestra esto, cómo hemos contribuido al proceso de lucha por la tierra, varios momentos quedarán marcados para siempre.

Me gustaría que hablaras un poco de los temas que atraviesan el documental, no sólo la lucha por la tierra, sino también cómo los medios de comunicación retratan este tema, cómo se tratan las relaciones dentro del campamento y la justicia en relación con los latifundios.

Camila: Las apariciones del movimiento en los grandes medios de comunicación siempre han estado contaminadas por la ideología excluyente de los terratenientes, que son también los dueños de la política y la comunicación en el país. La construcción de los Sin Tierra como bandidos, parias y usurpadores es un reflejo de este statu quo. Creo que hacer películas con un movimiento como el MST implica la responsabilidad de oponerse a esa construcción injusta y maniquea que se ha consolidado históricamente en torno a él, cuidando de no fragilizarlo. No sólo quería distanciarme de la representación mediática en el sentido de los contenidos, sino también de la forma superficial y sensacionalista que puede adoptar, incluso, a veces, en vehículos comprometidos con la izquierda. También nos distanciamos, en cierta medida, del ritmo y la forma directa de las películas militantes con objetivos más inmediatos de denuncia, que tienen una importancia innegable en el proceso de lucha. Nuestra apuesta fue hacer aflorar una poética que se nutre del carácter épico de la lucha, bastante explorada por películas comprometidas y políticas que admiramos, junto a un registro más micropolítico, íntimo y envolvente que nos acerca a las personas que forman parte de ella.

PC y ‘Vó’ en una escena de la película «Chão», de Camila Freitas. Foto: Chão/Reproducción

¿Hay algún otro aspecto que le hubiera gustado explorar más durante el rodaje? ¿Cuáles fueron las mayores dificultades para contar esta historia?

PC: Cada pregunta, cada momento, cada línea, eso fue maravilloso. Fue increíble. Allí hubo un colectivo que debatió, que cortó y algunas cosas no aparecieron en la película, pero que vale la pena recordar, como algunos compañeros que terminaron por no aparecer. También hubo una siembra de arroz en la granja y de maíz aquí en la zona, está nuestra pequeña escuela Renascer aquí dentro del campamento, donde muchos compañeros aprendieron a leer y escribir aquí y se convirtieron en líderes; está la ciranda que hacemos con los niños, que también es muy interesante. Creo que esto no se exploró más en la película, tal vez se podrían haber puesto algunos elementos más, la parte de la cultura, de la educación. Creo que el mayor reto es exponerte, abrir tu vida, confiar en ella, ponerte delante de una cámara que no sabes quién te va a ver, y también explicar esto a la gente, que es una obra colectiva.

Camila: En muchos momentos, estaba muy ansiosa por ver cómo se resolvían las cosas. Ver cómo se asientan las personas, cómo avanzan los procesos judiciales, poder filmar una historia con principio, medio y final. Fue un reto que impregnó todas las etapas de la película: aprender la paciencia y la resistencia de los Sin Tierra y encontrar una gran maleabilidad y disponibilidad en todos los implicados para crear una especie de simbiosis entre la película y la lucha. Y esto fue algo que se estableció a través de mucho trabajo, muchos análisis de la situación, muchas reuniones, muchas elucidaciones y la construcción de la cooperación y la confianza mutua entre nosotros, los campistas, los miembros del equipo de coordinación y otros. Todo esto estaba sujeto a desafíos comunes. Muchas veces, el equipo compartió los temores de prepararse para una acción más audaz o una ocupación, o de enfrentarse a la amenaza de una orden de desalojo, y siempre lidiamos con el equilibrio nada fácil de estar al lado sin agobiarse, favoreciendo la lucha y siendo capaces de sumar y potenciar lo que estaba ocurriendo ante nosotros. Otro de los retos que experimentamos a nuestro lado tuvo que ver con los procesos legales. Mientras el equipo de coordinación, Vitória, Nelson, Gilvan, Bete y todos los demás que estaban allí, se esforzaban por entender algunas de las enrevesadas leyes y las relaciones excesivamente legalizadas de la fábrica de Santa Helena, nosotros también teníamos que hacer un esfuerzo para entender lo que estaba ocurriendo y cómo iba a afectar a la película.

Durante la investigación, nos interesamos mucho por este aspecto de la judicialización y la persecución legal que el campamento de Leonir Orback y el movimiento en Goiás vienen sufriendo desde 2015, con el encarcelamiento arbitrario de militantes y la actuación abusivamente parcial del poder judicial local, que viene protegiendo al grupo empresarial endeudado y corrupto que está detrás de la Usina Santa Helena. Pero esta dimensión jurídica es muy compleja, y además es algo que se desarrolla en tiempos muy largos como la lucha, con el obstáculo adicional de un acceso muy difícil. Entendí, entonces, que detallar esto sería tarea de otras películas, pero que el aspecto legal tendría que existir en la nuestra de alguna manera, ya que impregna la vida cotidiana de la ocupación. En lugar de hacer un seguimiento detallado, nos centramos en la respuesta de los acampados al embrollo con la central, en sus interpretaciones y estrategias de supervivencia y emancipación política para hacer frente a las jerarquías sociales tan arraigadas en las relaciones con la justicia desigual e injusta de este país.

Escena del documental «Chão», de Camila Freitas. Foto: Chão/Reproducción

¿Qué mensaje cree que transmite la película hoy en día? ¿Cómo ve la situación actual y la lucha por la tierra hoy en día?

Camila: El momento en que vivimos -con la llegada de la extrema derecha al poder y la crisis sanitaria que nos ha arrojado a un abismo en el que aumentan todas las disparidades- hace ineludible debatir las cuestiones que el MST viene planteando desde hace tiempo como centrales en el debate sobre la cuestión agraria: no se trata «sólo» de repartir la tierra, sino de hacer cambios radicales en las formas de ocuparla y vivirla. Creo que el mundo es muy (más) consciente de estos temas ahora, desde diferentes perspectivas, y creo que la película se suma a esta reflexión sobre lo que necesitamos urgentemente repensar en nuestro viaje (y el de las futuras generaciones) por esta Tierra. Lo que aprendo de los personajes de la película y de la lucha por la tierra en Goiás es que no hay lugar para el miedo o para rendirse, incluso frente a enemigos y obstáculos gigantescos. Incluso frente a una tierra devastada por el monocultivo, por los agrotóxicos y por una visión totalmente monetizada de lo que puede producir, personas como Vó, PC, Vitória, Bento, y tantos otros implicados en esta lucha, nos aportan la perspectiva de una resistencia que se hace en el día a día, en la vida cotidiana, poco a poco y a escala humana.

Y ahora, con el aislamiento social necesario para atravesar esta crisis, desgraciadamente desgobernada, se acentúa mucho la importancia de pensar en la lucha hacia adentro. La película tiene este tono, que a veces puede estar en desacuerdo con lo que se espera de una película sobre la lucha. La lucha del MST no sólo se da en su cara épica y visible de protestas y acciones audaces, en la adrenalina de las ocupaciones, en la idea de conquista; también se da en los intervalos, en los tiempos aparentemente «muertos», en las interminables negociaciones con los gobiernos que nunca resuelven nada, en las derrotas, en las pérdidas y retrocesos, en el cruce de todo tipo de inclemencias. Independientemente de la coyuntura política, es en los campamentos donde este proyecto utópico -en el sentido más concreto de la palabra- se riega a diario, incansablemente.

El personaje de Maw Maw nos habla de esta utopía y de esta temporalidad: ella, que hasta casi los 70 años vivía en un entorno urbano, nos habla de la capacidad humana de transformarse y elegir otras formas de ser y estar en el mundo, en cualquier momento. Cuando Maw Maw diseña el sueño de producir productos ecológicos en su futura parcela, sabe que no sólo trabaja para ella y sus hijos, sino para un cambio estructural que puede llevar décadas o siglos todavía, y que posiblemente sólo podrán cosechar las generaciones futuras. Es un rechazo a la precariedad que se hace posible cuando un colectivo se une, y que se vive a largo plazo.

PC: Somos y seremos capaces de hacerlo. Estamos en la lucha por la tierra y por la transformación social, estamos avanzando y hemos logrado superar esta barrera: hemos conquistado el cine nacional e internacional. Somos y seremos capaces de cambiar la realidad, este es el mensaje de la película. Así que, ¡viva el MST, viva «Chão», viva Camila, viva cada compañero de esta ocupación de Leonir Orback y los compañeros que se unieron a la ocupación de la granja Santa Mónica desde otros campamentos!

La coyuntura es la lucha por la tierra, y continúa hasta hoy. Creo que tiene que haber más determinación, lucha, canto, más ocupación, más trabajo de base para los campamentos, asentamientos, para rescatar incluso a los militantes históricos. Y esto hace que nuestro proceso avance. Falta información, comunicación, libros, así que tenemos que hacer llegar todo esto a la gente. Cuando esta pandemia termine, salgamos a la calle, hagamos nuestro trabajo militante y luchemos por la Reforma Agraria Popular.

Camila Freitas a la izquierda. A la derecha Camila Machado (compañera de sonido) y Nelson, compañero sin tierra del MST en Goiás

Entrevista realizada por Iris Pacheco e Pablo Vergara (primera parte) y Fernanda Alcântara, de la página del MST. Editada por Fernanda Alcântara y Solange Engelmann

Fuente : https://mst.org.br/2019/03/27/o-cinema-abre-possibilidades-infinitas-de-reflexao-defende-cineasta-camila-freitas/

Traduccion : Thierry Deronne

URL de este articulo : https://escuelapopularcineytv.wordpress.com/2022/05/28/el-cine-abre-infinitas-posibilidades-de-reflexion-como-camila-freitas-realizo-el-documental-chao/

La Escuela de Comunicación de Movimientos Sociales «Hugo Chávez» forma a lo(a)s Compañero(a)s de Haïti en el IALA, Barinas, Venezuela. Video VO ESP ST FR

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VO ESP subtítulos en francés.

Del 2 al 6 de agosto de 2021, los formadores Jesús Reyes y Víctor Hugo Rivera de la Escuela de Comunicación de Movimientos Sociales «Hugo Chávez» ofrecieron una formación audiovisual a lo(a)s Compañero(a)s de la República de Haití, estudiantes del Instituto Agroecológico Latinoamericano «Paulo Freire» (IALA), estado de Barinas, Venezuela.

Temas estudiados durante las 5 sesiones diarias, tomando como base el contexto concreto del IALA: elementos para la composicion visual, encuadre y metonimia. Ejercicios: expresarse a traves del contraluz. Ilustrar un concepto a traves de una imagen. Practicas de movimientos de camara: diferencia entre traveling hacia delante y traveling hacia atras. Ejercicio practicos de sonido: aprender a ubicar una fuente en el espacio sonoro. Al culminar el taller lo(a)s 17 participantes recibieron un diploma de la Escuela.

Gracias a las compañeras Francinie Jacques y Johana Yarley por su apoyo. Producción/edición de las fotos/vídeos: Víctor Hugo Rivera y Jesús Reyes. Producción: www.terratve.com República Bolivariana de Venezuela 2021.

URL de este articulo: https://escuelapopularcineytv.wordpress.com/2021/08/18/la-escuela-de-comunicacion-de-movimientos-sociales-hugo-chavez-forma-a-loas-companeroas-de-haiti-en-el-iala-barinas-venezuela-video-vo-esp-st-fr/

Venezuela en el fondo de los ojos: Carolina Cruz

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La fotógrafa Carolina Cruz (izq.)

¿Cómo vez el rostro de una fotografía revolucionaria en un país sometido durante tanto tiempo y aun hoy a la cultura publicitaria y al marketing político?

Es muy complejo hablar sobre la cultura publicitaria, una de las grandes victorias del capitalismo es su hegemonía desde lo cultural, desde lo simbólico. Desde que tenemos uso de razón estamos siendo bombardeados, los que crecimos en espacios urbanos al menos, por una cultura publicitaria de “lo bello”, lo perfecto y lo estandarizado, eso se ve reflejado en que difícilmente podemos encontrar en la publicidad personas que estén por fuera de los parámetros occidentales de belleza, y las pocas campañas publicitarias que lo han hecho, como Mujeres Reales de Dove y las siempre polémicas de United Colors Of Benetton se enfatizan en el marco de la disrupción y no en una naturalización de lo real, de darle rostros y contexto reales a la estética de la publicidad.

A todo este marco global, Venezuela evidentemente no ha escapado, sin embargo, hay un antes y un después en la visibilización de las personas comunes que está marcado por el inicio de la Revolución Bolivariana, esto no pasó obviamente desde la publicidad, comenzó a pasar desde la propaganda impulsada por una decisión política de darle rostro a esa masa que, para la derecha dueña de los grandes emporios de comunicación en el país, siempre fue amorfa.

Este acto de visibilizar a los eternos invisibles, que es difícil en cualquier contexto, se hace aún más cuesta arriba en Venezuela, un país que tiene 20 años empujando la disputa entre un mundo hegemónico, unipolar y un mundo multipolar. Todas las herramientas comunicacionales que tiene el capitalismo (las tradicionales y las que precisamente están en desarrollo y prueba) están puestas para mentir, invisibilizar y manipular, o darle exposición a los aciertos y errores de la Revolución Bolivariana en la construcción de la misma como una dictadura, un modelo de gobierno fracasado o un proyecto económicamente inviable. Un ejemplo concreto y oportuno de lo anterior es el informe de la Alta Comisionada de la ONU, Michelle Bachelet, que desaparece del panorama los muertos ocasionados por la violencia opositora, “eliminando” así no sólo los hechos en sí mismos, sino la existencia de todo un grupo poblacional que se arropa bajo la bandera del Ser Chavista

La derecha tiene una inmensa experiencia en usar la fotografía como herramienta de marketing, tanto comercial como político, ejemplo de esto son las cientos de fotos con una excelente calidad técnica que surgieron durante las guarimbas, fotos que con una estética muy marcada glorificaban la violencia fascista y la disfrazaban de lucha libertaria; la fotografía tiene ese poder. Retomo esto porque nos lleva a un punto neurálgico relacionado a este tema de la fotografía ¿a qué tributa? Una fotografía revolucionaria debe servir para deconstruir los falsos relatos que genera la derecha, pero también para construir nuestro discurso, para afianzar nuestro sistema de valores, nosotros, en esta disputa cultural debemos tener claro, más allá de nuestra necesidad expresiva como individuo/as, a qué contribuyen nuestras imágenes.

Particularmente soy militante de una organización política, hago parte de su equipo de comunicación y gran parte de las fotos que realizo sirven para construir productos comunicacionales que nacen de una línea política generada, o por una coyuntura, o por la búsqueda de un proyecto estratégico; cuando batallamos con un enemigo tan poderoso como el capitalismo tenemos que tener claro para qué hacemos las cosas , una estrategia a seguir. Creo que la fotografía tiene que ser parte de un “marketing político” al servicio de las masas, de las luchas de la gente. Para que esto sea efectivo, para que tribute de forma concreta a la lucha por una sociedad realmente justa, tenemos que formarnos, tenemos que buscar superarlos en calidad, ser lo que el capitalismo llamaría “competitivos” y constantemente innovar, tenemos que capacitarnos técnicamente y tener como objetivo disputar de forma concreta y sistemática en el campo al que nos ha llevado la hegemonía del capital.

Veo el rostro de la fotografía revolucionaria como una herramienta al servicio de lo común, una herramienta poderosa para disputar un proyecto en el imaginario colectivo, creo que para que la fotografía sea un hecho revolucionario debe trascender esa concepción burguesa del arte como un proceso individual y abrazar el hecho colectivo; debe sentirse y entenderse como un proceso colectivo. La revolución bolivariana necesita de todos y todas desde sus potencias y habilidades, y los que tenemos de alguna forma manejo de herramientas comunicacionales debemos ponerlas al servicio de las luchas de la gente.

Si la fotografía es una relación con el otro, con la otra, ¿qué has aprendido de los y las campesinos/as?, ¿han modificado tu forma de trabajar, de pensar tus imágenes?

Es una pregunta muy interesante, hay distintas situaciones en las que hacemos fotos, en algunas nos conocemos a las personas que retratamos, en otras sí, particularmente las personas a quien mayormente fotografío son compañera/os de militancia, a alguna/os lo/as conozco con anterioridad y a otro/as no, pero por lo general tengo una idea o tengo la posibilidad de saber cuáles son sus historias y en varias ocasiones comparto unos días con ella/os en su cotidianidad y, esa convivencia siempre hace que veamos a la gente desde otro lugar, normalmente el lugar termina siendo el afecto y la admiración.

Yo podría mencionarte muchísimas cosas concretas que he aprendido sobre la siembra, el cuidado de la tierra y los animales, pero creo que lo más enriquecedor ha sido el ver como se materializa la constancia, el desprendimiento y la voluntad de las personas en una lucha. La historia de la lucha por las tierras está plagada de grandes dolores, de carencias, muchas veces de desamparado y menosprecio, sin embargo, todo eso termina encontrando salida transformadora en la enorme, incuantificable dignidad que se proyecta en nuestros campesinos y campesinas, esta dignidad y este tesón termina por dejarme a veces plantada en una encrucijada mayormente estética: a veces las situaciones, la necesidad política plantea que compongamos dentro del visor las carencias y el dolor, sin embargo el/la campesino/a difícilmente se percibe a sí mismos/as como una víctima, como un sujeto gris, más en Venezuela donde el sentido del humor está presente aún en las situaciones más tensas. Entonces, ésa imagen de dignidad, (uso mucho la palabra dignidad porque es mi asociación inmediata a los hombres y las mujeres que luchan por la tierra) me hace querer retratarlos como yo los veos y como percibo que ellos se sienten, como un grupo lleno de energía y alegría.

Hay situaciones en las que prevalece la tristeza y la frustración, he tenido que acompañar entrevistas a personas cuyos familiares, amigos o compañeros de lucha fueron asesinados por el sicariato asociado a las mafias agrarias y a veces, es difícil no sentir que se irrumpe en un momento que debería ser íntimo; ese respeto a la humanidad de los/as compañeros/as y las personas que retrato siempre está presente en la forma en que trabajo, en que compongo. En consecuencia, debo aclarar que mi relación con los y las compas no ha modificado mi forma de trabajar; la han determinado. Tengo el privilegio de estar formándome como fotógrafa (siento que es un proceso constante en el que apenas inicio) acompañando estas luchas y eso ha sido determinante en mi formación ética y en las decisiones estéticas.

¿Cuáles son tus proyectos o sueños como fotógrafa, como mujer, como ciudadana?

Creo necesario agregar a tu planteo una arista que termina siendo el aspecto cohesionador de la fotógrafa, la mujer y la ciudadana. Esta arista es la persona militante; crecer con Chávez (cuando Chávez asumió yo tenía cinco años), ser una de las tantas hijas de la revolución bolivariana y ahora ser militante de una organización con construcción concreta y horizonte político, hace que cada aspecto de mi vida, presente y futura, se mire a través del cristal de la militancia por un mundo más justo y humano. Como fotógrafa, mujer y militante aspiro acompañar con mi trabajo tantas luchas, tantas personas y tantos espacios invisibilizados como sea posible y contribuir a la construcción de una nueva geometría del poder que siga avanzando en la profundización de una Latinoamérica humana, soberana, igualitaria , unida y en paz.

Fotos de Carolina Cruz

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